Nos solo alejándonos del exceso de ruido, ni con una correcta higiene auditiva estamos protegiéndonos a conciencia de sufrir pérdida auditiva. Aunque existen factores de riesgo que escapan de nuestra mano, como son los de tipo genético, hay otros habituacionales sobre los que sí tenemos pleno control. El consumo de alcohol y tabaco y la obesidad son los desencadenantes más lesivos.
Dentro de los que se conoce como ‘sordera de fiesta’ está incluida la incidencia de bebidas de alta graduación en la capacidad auditiva de una persona. Varios estudios coinciden en que daña la corteza auditiva central del cerebro y deteriora los nervios auditivos, interfiriendo en ambos casos, en el modo de percibir los sonidos.
En el caso del tabaco tanto el consumo como la exposición pasiva al humo que este produce podría desembocar en limitaciones en la capacidad de escucha de los individuos. El tabaco contribuye a la coagulación de la sangre y, en este caso dificultaría el flujo de oxígeno hacía los oídos siendo más fácil padecer una infección y que esta se cure.
Por el mismo motivo de endurecimiento arterial las personas que padecen obesidad- con un índice de masa corporal por encima del 95%- también tienen mayor riesgo de pérdida auditiva.
Sin tener estos hábitos una relación directa y automática con dificultades para escuchar, sí que está comprobado que a mayor intensidad y duración de estas rutinas en cuestión más probabilidad existe de padecerlo.