La integración de las personas con discapacidad en todos los ámbitos de la sociedad pasa por una plena concienciación y colaboración ciudadana. No padecer un trastorno de este tipo no nos exime, por tanto, de su desconocimiento. ¿Cómo si no podríamos ayudarles?
Es por ello, que en Oir Vital nos hemos propuesto elaborar en nuestro blog a partir de hoy una pequeña guía para profundizar en determinadas enfermedades discapacitantes. Empezamos con una que afecta a la fluidez normal y estructuración temporal del habla: el tartamudeo o disfemia.
Diagnóstico de la disfemia
Otro de los criterios que definen a la tartamudez son la inclusión de interjecciones, fragmantación de palabras, bloqueo silencios, circunloquios o palabras producidas con exceso de tensión física. Los casos anteriores se ven agravados cuando tras ellos existe un déficit sensorial o motor del habla.
Las consecuencias asociadas a esta discapacidad interfieren en el rendimiento académico, en el laboral y en la comunicación social.
En España cerca de 800.000 personas son tartamudas, lo que equivale al 2% de la población, según cálculos de la Fundación Española de la Tartamudez.
Esta entidad sin ánimo de lucro advierte de la importancia de la detección precoz en edades tempranas como principal arma para prevenir el sentimiento de miedo y vergüenza que son los principales de empeoramiento de este trastorno.
¿Qué hacer y qué no?
Borrar de nuestra boca frases como “Tranquilo”, “habla más despacio” “No te pongas nervioso”, “tu puedes”… Lo que tu entiendes como un apoyo, agrava sus situación poniéndolos más tensos.
Bajo ningún concepto la interrumpas para acabar su frase, ni estando solos ni frente a un tercero. Recuerda que su capacidad intelectual es la misma que la tuya.
El contacto visual es clave para que la situación comunicativa sea entendida por el receptor como completa. De no hacerlo se da la sensación de vergüenza o burla. Si hablan contigo y miran para otro lado creerás que no te prestan atención.
Tu forma de hablar debe ser tranquila y pausada. Cuando estamos con una persona que grita mucho, acabamos nosotros también alzando la voz. Si vemos que una persona tartamudea tenderemos a vocalizar para que nos entienda porque a nosotros nos cueta entenderle a él pero, recuerda, él no.