La hipoacusia o pérdida de audición está motivada bien por factores genéticos o ambientales. Estos últimos nos pueden afectar a lo largo de nuestra vida, como una excesiva exposición al ruido o un accidente, pero también a nuestra madre antes de nacer, con consecuencias negativas para el feto.

Entre los factores ambientales o ‘teratógenos’ sobre los que sí existe una evidencia científica de provocar pérdida auditiva se encuentra la infección congénita por citomegalovirus. Acerca del 1% de los neonatos están infectados y de ellos el 5% presenta una hipoacusia al nacer y el 35% en los primeros tres años de vida, según datos del Ministerio de Sanidad. Su penetración es tan elevada ya que es una enfermedad asintomática en la mayoría de los casos para la madre.

La toxoplasmosis congénita es también una de las causas más frecuentes de pérdida auditiva prenatal. La incidencia de sordera en niños de madres con anticuerpos positivos al toxoplasma es el doble de que aquellas que nos han padecido la enfermedad.

La rubéola, que en nuestro país está practicamente erradicada ya que todas las personas son vacunadas entre los 15 meses y 6 años, es otra de las causas. En caso contrario, si la madre no ha sido vacunada, el feto se expone también a la infección. La afectación auditiva será más alta cuando la infección materna se produce entre la séptima y décima semana de gestación.

Otros teratógenos relacionados con hipoacusias congénitas, y debe evitarse su administración a la madre durante el embarazo son: antipalú­dicos (fosfatofato de cloroquina y quinina), aminoglucósidos (gentamicina, tobramicina y amikacina), diuréticos (furosemida y ácido etacrínico), antineoplásicos (cisplatino), retinoides, así como las radiaciones ionizantes isótopos radioactivos. La ingesta excesiva de alcohol durante el embarazo, se asocia al llamado síndrome alcohólico fetal, que incluye hipoacusia neurosensorial. También la diabetes materna mal controlada está asociada a hipoacusia genética.