A los pocos minutos del nacimiento de un niño, el especialista comprueba cinco parámetros del neonato para obtener una valoración simple de su estado de salud. Es lo que se conoce como el test de Apgar, que tiene en cuenta el tono muscular, el esfuerzo respiratorio, la frecuencia cardiaca, los reflejos y el color de la piel. En esta evaluación no se tiene en consideración la capacidad auditiva del niño, ya que los estímulos al sonido de un recién nacido no son concluyentes para detectar este tipo de problema.

Será en los meses posteriores donde sea su familia la que tenga que estar alerta ante posibles trastornos en el desarrollo auditivo del pequeño. Si comprueba de manera continuada y sostenida en el tiempo los siguientes síntomas, se deberá acudir a un otorrino para que diagnostique o descarte una pérdida de audición total o parcial.

  • Si el niño permanece impasible a los ruidos fuertes y cercanos.
  • Si pasado el mes, el niño no es capaz de reconocer las voces familiares, es decir, no existe respuesta a las voces conocidas.
  • Aunque un niño no es una máquina programada, a los 6 meses de vida debería responder girando la cabeza al escuchar su nombre. A los 15 meses, ya debería emplear alguna palabra y a los dos años debería ser capaz de hablar con fluidez- entendiendo por ello  pronunciar oraciones simples-

Cuando la sordera no es total, es, si cabe, más complicado advertir sus síntomas. Existe un gran número de casos en los que los niños no son diagnosticados hasta que no acuden a la escuela. Por ello hay que prestar especial atención también en las circunstancias que a continuación se describen.

  • Si el niño se confunde con las palabras o las pronuncia mal.
  • Si evitan el contacto social siendo excesivamente reservados e incluso ariscos, motivados por la frustración que les supone no entender.
  • Si se acercan en exceso a la fuente del sonido, como un televisor.

Hasta que el médico no lo examine y sepa la causa de la pérdida de audición no se podrá poner remedio. En este escenario, es clave que el entorno del niño esté atento a todos estos posibles trastornos en el habla y en su comportamiento. Lo fundamental es anticiparse para evitar deficiencias posteriores, en muchos casos insalvables en el desarrollo cognitivo del bebé. Cabe destacar que en la actualidad la tecnología y la ciencia permiten mejorar su situación de por vida.