Más comúnmente conocido como ‘mal de altura’, el mal agudo de montaña se trata de un conjunto de síntomas que aparecen debido a una mala adaptación a altitudes por encima de los 2,500 metros.

El ser humano está acostumbrado y puede vivir entre los 0 a 2,000 metros de altitud aproximadamente. Lo que ocurre a partir de esos 2,500 metros es que la cantidad de oxígeno que respiramos se reduce y nuestra capacidad de adaptación a esta situación es lenta, requiere unos días para que sea completa.

Aunque pueda parecer que se basa en la altitud alcanzada, tiene más que ver con la rapidez del ascenso. Suele aparecer en las primeras 24horas desde el  comienzo de la escalada.

Síntomas del mal agudo de montaña

Los síntomas principales son dolor de oídos, cefalea, vértigo, malestar del estómago e hinchazón de tobillos, manos y cara. Como podemos ver, la mayoría tienen que ver con los oídos. Debido a esa presión que se siente, los vasos sanguíneos del oído no pueden trabajar correctamente provocando ese fuerte dolor y por consiguiente la cefalea.

En casos más graves pueden aparecer vómitos, pérdida del apetito, respiración entrecortada, insomnio… entre otros. En los supuestos extremos llega a provocar mareos intensos y un edema cerebral.

Lo mejor para evitar que esto ocurra es prevenirse. Para ello lo primordial es realizar la ascensión de forma lenta y escalonada. Además, es bueno hospedarse en un lugar que se encuentre entorno a los 2,400 metros durante unos días para que el organismo se vaya acostumbrando al ambiente.

Volviendo a la ascensión, lo mejor sería hacerla de manera progresiva subiendo unos 300 metros por día  y haciendo paradas. La alimentación es un pilar fundamental antes, durante y después de la expedición pues la falta de proteínas y vitaminas básicas nos hace estar más débiles, impidiendo reunir toda la energía necesaria para afrontar un reto como es la escalada.

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